La formación y la mirada de un empresario de vasta trayectoria que hoy integra el directorio de Saint Gobain Argentina, una firma trasnacional con 350 años de historia. De qué modo la curiosidad y la fascinación juegan papeles centrales en el desarrollo de un hombre determinado a conseguir sus propósitos. Esta es la historia de Leandro Garciandia.

La curiosidad es un asunto serio. Abre puertas, inaugura caminos, empuja a la acción. Y, muchas veces, se siente antes en el cuerpo, mucho antes de que tome forma de pensamiento. O de una idea.

Leandro Garciandia pasaba muchas horas en una imprenta cuando era niño. La imprenta de su abuelo, en Venado Tuerto. Su padre era comerciante y viajaba seguido para hacer sus ventas -especialmente, en el rubro indumentaria-, mientras su esposa cuidaba de los tres hijos varones.

El recuerdo de la imprenta viene, todavía, con el olor potente de la tinta y la imagen de máquinas enormes que podían entrañar desde posters de remates hasta estampitas de comunión. El interior de esas máquinas, el enigma de su funcionamiento, es algo así como el punto de partida. El germen de la curiosidad.

Leandro Garciandia, ya de niño, ayudaba en los asuntos de imprimir. Armaba la linotipo, disponía las letras, limpiaba los pliegues. Se concentraba en el proceso y mientras rugían las máquinas, sentía que estaba justo donde quería estar, suspendido entre el ruido de los motores.

Una mudanza a Paraná, por razones laborales, lo alejaron de la imprenta del abuelo a la que volvía cada verano para sumergirse en el olor, el ruido y la fuerza de ese proceso de hacer que de algún modo le iba a ir señalando el camino y sus elecciones. Por curiosidad.

“Todos los veranos, llegaba a Venado para las fiestas y laburaba en la imprenta de mi abuelo durante los tres meses, me gustaba estar engrasado, el olor de la tinta, el ruido. Llegábamos a las tres, prendíamos las máquinas y eso ya me ponía bien”, recuerda.

Hizo la primaria en la Escuela Bavio y se embebió del espíritu y las identificaciones de la zona, tanto que junto con sus hermanos formaron fila en las categorías inferiores de Recreativo para competir en básquet. También pasó mucho tiempo jugando a la pelota y se fue amoldando a una ciudad que le parecía diferente y con algunas carencias muy visibles respecto a cierta prosperidad que se respiraba allá en Venado.

En la secundaria de la Escuela Normal se hizo buena parte de los amigos con los que aún hoy comparte porciones de la vida. La parte que no está dominada por la pasión de la tarea empresarial y el resguardo del hogar que formó junto a su esposa Mariela Gainza y en el que crecieron sus dos hijos: Matías y Tomás.

La curiosidad por las máquinas, la fascinación por el funcionamiento de motores. El ruido. Todo ayudó para llegar a la conclusión de que la carrera indicada era ingeniería mecánica. Garciandia empezó su camino en Santa Fe y después en Rosario. Cuando promediaba tercer año, miró alrededor y se dio cuenta de que la mayoría, además de estudiar, estaba trabajando y la pareció que era lo que debía hacer.

El primer empleo fue en una estación de servicio en calle Provincias Unidas, en Rosario. Al poco tiempo, sin embargo, pudo ingresar a la siderúrgica Somisa, en San Nicolás. Sobrevinieron tres años de un esfuerzo enorme. “Me levantaba antes de las 5, tomaba el colectivo y 6 y20 llegaba a la fábrica para volver a Rosario un poco antes de las 7 de la tarde y seguir el cursado de la carrera”.

Recién recibido, optó por dejar el empleo y hacer un primer recorrido con curriculum en mano. No hizo falta mucha paciencia, entregó tres CV y lo llamaron de dos empresas. Una de ellas, es la que lidera hoy relación al negocio del yeso.

EL CAMINO.

Garciandia comenzó como responsable de oficina técnica, luego fue encargado de producción y posteriormente gerente de planta. En el camino comenzó a vislumbrar que había otros factores importantes a tener en cuenta más allá de los conocimientos técnicos. Que no alcanzaba con eso, que era necesario investigar otras cosas y que entre el blanco y el negro que señalaba su formación académica, había en rigor un montón de tonalidades que era imprescindible aprender a distinguir.

En esa sintonía y en esa búsqueda, hizo un master en dirección de empresas. Las teorías del marketing, por caso, que antes le habían parecido superfluas, se daba cuenta, tenían un valor innegable en lo concreto. Había que conocerlas.

Como Gerente Comercial de IGGAM fue dando dimensión a la necesidad de tener una mirada amplia, atenta y positiva. La crisis de 2001 llevó a la empresa a una situación de zozobra. El escenario era tremendamente desalentador, sin embargo Garciandia siguió apostando a sostener el barco a flote y hasta echo manos a ahorros personales para que la empresa pudiera seguir produciendo frente a determinados cuellos de botella.

Hay un ejemplo que se observa muy claro aquí: “La empresa no fabricaba adhesivos para cerámicos y empezamos a hacerlos en 2002. Pero no vendíamos una bolsa, era terrible. Esa iniciativa, sin embargo, en ese momento, nos permitió tres años después ganar más del 25% del mercado nacional con ese producto. Habiendo demanda, todo el trabajo que parecía inútil sirvió y crecimos enormemente”.

En 2006 la empresa fue adquirida por Saint Gobain y Garciandia se disponía a seguir su camino por otra parte. Desde la firma tenían otros planes y apostaron por sumarlo en la nueva etapa.

Hoy Leandro Garciandia integra el directorio de Saint Gobain Argentina y es responsable directo del negocio del yeso.

“Me parece importante adaptarse a los cambios y tener una actitud positiva, aunque parezca que todo sea cae o se desvaneces”, remarca y avanza en conceptos que cree determinantes en la acción empresarial: “La actitud positiva y claramente profesional es fundamental, hacer cosas que podés medir, cuantificar, reprogramar, planear de nuevo. No solo hace falta músculo, sino también neurona. Y es clave tener una visión general. Claramente te van pasando cosas en la vida, te van marcando y en ese afán de evolucionar tenés que estar abierto y capacitarte”.

EN FAMILIA.

La vida familiar, salidas de pesca, asado con los amigos de toda la vida. A los 52 años, Garciandia sabe muy bien donde se encuentra la tranquilidad y el sosiego más allá de la intensidad que demanda los negocios. Hay, de ese lado, también y compartido por todos en casa, un afán que tiene origen en la infancia: el asunto con los motores. Y los autos.

“Todos en casa tenemos ese hobby. Con mis hijos hacemos Track day y mi esposa hacer carreras de regularidad. Es algo que nos gusta a todos”.

Track Day (Día de Pista), según las páginas especializadas, “es una manera de probar la velocidad, capacidad y habilidad de su auto y de Ud. mismo en un lugar idóneo, seguro y controlado, un Autódromo, lejos del tránsito peligroso y de los caminos en mal estado”. Se trata, dicen, de “un evento amigable, no competitivo, con el énfasis puesto en la adrenalina y la diversión pero siempre con la seguridad como nuestra prioridad”.

Garciandia y sus hijos lo practican siempre que se da la oportunidad tanto en Paraná como en otras ciudades cercanas. Se trata de sentir esa pasión que viene desde la niñez y tiene que ver con el modo de funcionar de las máquinas y su comprensión. También hay algo tal vez más profundo y difícil de explicar: la sensación que provoca el sonido de los motores.