Es el Presidente de Lafedar, un laboratorio entrerriano con alcance internacional que extiende sus posibilidades y sus fronteras día a día. Antes de dedicarse a la vida empresarial, Guimarey fue un arriesgado piloto de Turismo Nacional en las sierras cordobesas, visitador médico a los 17 y jefe zonal de una compañía prestigiosa poco después de alcanzar la mayoría de edad. Esta entrevista revela el otro lado del licenciado Guimarey: los viajes, los trayectos y los orígenes del hombre que encabeza una firma que representa a la provincia en el mundo.

Es una cuestión de ritmos. Cada persona marcha a la velocidad que le indica la comunión entre sus posibilidades y sus intenciones, entre sus capacidades y los requerimientos externos. Ricardo Guimarey, se nota, va rápido. Atiende diferentes asuntos a la vez con naturalidad y una actitud de presente intensidad. Está ahí, en eso, plenamente y también esta acá, en la conversación, algo más sereno, con un tono más bajo.

Buena parte de su día está dedicado al devenir de la empresa que formó hace ya casi 20 años. “Es una pasión”, dice y analiza que “en realidad te entretiene y cuando no podés resolver cosas te atormenta, son las dos cosas a la vez, pero es una pasión”, reafirma.

Guimarey es uno de los propietarios de Lafedar, Laboratorios Federales Argentinos. El nombre responde, explica, a una convicción: “Primero porque soy un absoluto federalista, por eso se llama así. Yo creo que la Argentina tiene que ser federal y tiene que crecer desde todos los rincones del país. La gente del interior es buena, sabia y se merece grandes cosas”, define.

Guimarey nació en Buenos Aires, pero hizo su vida lejos de la capital, en principio, en un pueblo serrano de Córdoba, casi al límite con San Luis, rodeado de poetas, guitarreros y corredores de autos.

“Nací en Buenos Aires pero me crié en Córdoba, en Villa Dolores, al oeste de la provincia, en una ciudad chica, muy linda y muy armónica también”.

Único hijo de un matrimonio dedicado al comercio, con negocios de artículos regionales, bazar y cristalería, Guimarey creció en un paisaje amable y sereno, donde se solían congregar los poetas en un tradicional encuentro nacional y donde era habitual y concordante el sonido de las guitarras en las noches frescas al pie de la Sierra Grande.

Había, sin embargo, otros caminos menos sosegados para experimentar, que también tenían que ver con la escenografía del lugar, aunque en un sentido diametralmente opuesto a la inspiración poética: la pasión por los fierros.

“Yo corría en auto, en la misma época con Jorge Recalde, entré porque éramos todos medio corredores de autos, algo muy arraigado en la zona. Yo lo hice en Turismo Nacional, era una categoría que se corría tipo rally, se hacía el Desafío de los Valientes, Carlos Paz-Mina Clavero, Capilla del Monte-San Marcos Sierra”, enumera.

Como automovilista, se define Guimarey, “era muy intrépido, arriesgado, mi familia no quería saber nada, muchas veces corría a escondidas de mi madre”. Hay muchas anécdotas y una consecuencia de ese pasado de vértigo y adrenalina. En una oportunidad, fue a correr al autódromo de Buenos Aires, era una prueba, un ensayo en circuito cerrado, un espacio poco habitual para un corredor de caminos. En esa pista nueva para él, el auto que conducía salió de cause, volcó y Guimarey fue despedido del coche sufriendo en el impacto una fractura en la columna.

Algunos meses de yeso y una escoliosis como huella, es el recuerdo más fuerte del suceso. También el discurso que debió llevar a casa, para no enojar a su madre. “Le tuve que decir que me había caído del colectivo”, rememora.

Por ese entonces, tras el fallecimiento de su padre, Ricardo Guimarey había comenzado a trabajar como visitador médico con 17 años recién cumplidos. Por desempeño y capacidad, rápidamente se ganó el puesto de jefe zonal y mientras seguía sus estudios de administración de empresas en la Universidad Católica de Córdoba, fue ascendiendo de modo sostenido en una firma de gran renombre nacional: Laboratorios Sintyal.

“Fui jefe de delegación, encargado de congresos, gerente zonal, gerente regional, gerente de interior, gerente de promoción y venta, jefe de licitaciones, hasta ocupar el cargo de director adscripto, ahí me desarrollé, aprendí todo, hasta que me quisieron trasladar a la primer sucursal de la compañía que era en Perú y al final decidí no ir”.

Las razones eran en primer lugar familiares, pero también empresariales. Guimarey tenía sus propios planes y estaban ligados a Entre Ríos donde había llegado como gerente regional de Sintyal, recalando primero en Concordia y luego en Paraná.

La idea de impulsar un laboratorio con sede en la capital entrerriana ya estaba en la hoja de ruta, incluso antes de que junto a su socia desarrollara una distribuidora de medicamentos que perduró durante 12 años abasteciendo a las provincia de Entre Ríos y también Corrientes y Misiones.

“Siempre tuve el anhelo de poner un laboratorio y cuando lo decidí primero lo invité al presidente de la compañía en la que yo trabajaba y ellos como respuesta me dieron un cargo más alto, la adscripción a la dirección y un Torino 76 en el año 77, acá había un solo Torino y era modelo 72”, recuerda.

Finalmente en el año 95, Guimarey funda Laboratorios Lafedar S.A., dejando atrás 29 años de trabajo ininterrumpido para Sintyal, desarrollando bajo el paraguas de ese sello marcas que fueron y son líderes como Ibupirac o Nopucid.

“Empezamos con medicamentos oficinales, hasta que nos aprueban los primeros cinco productos”, describe y especifica que en la actualidad y tras casi 20 años de trabajo “nuestro principal actividad está dada por licitaciones públicas nacionales e internacionales, otro negocio es la exportación y otro la explotación de nuestra marca por terceros, laboratorio a los que le damos la marca y el producto y ellos lo distribuyen”. Algunos de los laboratorios más importantes del mundo adquieren y distribuyen productos elaborados y desarrollados por Lafedar.

Pakistan, Vietnam, Marruecos, son algunos de los últimos destinos que han obtenidos los productos de Lafedar. Además se destaca del laboratorio entrerriano el trabajo con medicamentos que van a países con climas severos, procesados de un modo especial para tolerar durante más de 24 meses un ambiente de altísimas temperaturas. De ese modo se alcanzaron, entre otros, mercados como el de Venezuela, Costa Rica y República Dominicana.

Guimarey acelera una marcha cuando el tema vuelve a ser su empresa, se entusiasma, va más rápido, pero como la charla deriva en los viajes, en el modo de recorrer el mundo de un empresario, el ritmo vuelve a menguar.

“Sí he viajado muchísimo, conozco cuatro continentes, conozco África, Sudáfrica, India, China, Rusia, todo Latinoamérica, todo Centroamérica. Pero cada día me gusta menos porque las misiones son muy alocadas, la última vez hicimos en 11 días cuatro países o tres países en siete días”.

Guimarey, aunque no pueda, preferiría quedarse cerca, en casa, ahí en la zona del parque con una vista espléndida del río y en proximidad de su primer nieto, que está aprendiendo a disfrutar plenamente, cuando aminora la marcha.