El desafío de proyectar, desarrollar software e impulsar a todas las industrias
Agustín Arias es el Project Manager de Argeniss, una reconocida empresa de software que desde Paraná tiene gran llegada a los Estados Unidos y a otras partes del mundo. Con un perfil profesional orientado a las Ciencias Políticas, su meta es agregar valor en cada paso que realiza. En diálogo con la UIER, el joven repasa sus inicios y sus nuevas metas, con el norte puesto en aprovechar el enorme potencial de recursos a nivel local y apostar por el desarrollo de la provincia.
Argeniss es una de las empresas de software de Paraná que, bajo la conducción de César Cerrudo, logró insertarse en el mercado de los Estados Unidos y otras partes del mundo. Detrás del crecimiento y el profesionalismo que hoy los caracteriza, también hay otra persona clave que además de promover los propios proyectos, apuesta a desarrollar el sector y a impulsar a todas las industrias de la provincia. Se trata de Agustín Arias, el Project Manager que camina cada paso con la premisa de agregar valor.
Tras formarse en la escuela pública de la capital entrerriana, el joven paranaense migró a la Capital en busca de nuevos horizontes. Allí se recibió de licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad de Buenos Aires y luego fue por un Magíster en Economía por la Universidad de San Martín. Con un perfil en vías de definición, adquirió las primeras grandes experiencias laborales hasta que decidió volver a la tierra que lo vio nacer, donde se sumó a Argeniss.
Hoy, desde una oficina en el balcón del Parque Urquiza, su mirada va más allá del corto plazo y por eso decidió apostar por la gestión a través de las instituciones. Agustín forma del Departamento TICs de la Unión Industrial de Entre Ríos, desde donde también se proyectó junto a otros talentos locales para la fundación del Cluster de Exportadores de Tecnología de Entre Ríos. Bien sabe, estos espacios son una bisagra para poder concretar los grandes anhelos que el sector y toda la sociedad demanda.
—¿Cuándo empezaste a tener interés por el nicho del software?
—Tuve la oportunidad hace siete años de entrar en una empresa en Buenos Aires, el grupo Assa, que buscaban un perfil como el mío para hacer investigaciones y desarrollos de proyectos de tendencias en la industria de la tecnología. Ahí adquirí buenas prácticas de lo que es una empresa multinacional y me fui orientando para el manejo de proyectos. Hice dos cursos y siempre con la óptica de que más allá de la aplicación de la tecnología, hay otros perfiles que se necesitan. Para cumplimentar a quienes realizan la tecnología, hay otros perfiles que tienen que coordinar los elementos para llevar adelante tal o cual proyecto. Entendí que todo el desarrollo de tecnología, investigación, valor agregado y exportación, es algo donde me sentía cómodo, me podía desempeñar y tiene un plus muy motivante, de poder estar exportando conocimiento desde Paraná para el resto del mundo. El hecho de poder estar contribuyendo a desplegar y potenciar el talento argentino a multinacionales importantes, es muy motivante e interesante.
—¿Cómo te incorporaste en Argeniss?
—Tenía ganas de volver a Paraná por cuestiones personales y, por casualidad, conocí a César Cerrudo. Le mandé un mail para ver si estaba buscando un perfil como el mío. Para mí era un referente en lo suyo a nivel mundial y el hecho de que tenga una empresa me motivaba. Era golpear la puerta para pedir trabajo y fue así que tuvo en cuenta mis servicios. En unos días serán cuatro años ya que estoy acá. Desde siempre, ha dejado que yo me pueda desempeñar con su consentimiento y expresar mi forma de ser y ver el presente y futuro de la empresa, de manera muy libre. Dentro de su comandancia, he podido desarrollar mi profesionalismo.
—¿Qué rol y tareas realizás hoy en la empresa?
—Es una gran pregunta, porque hago un montón de cosas por ser una estructura chica. Somos unas 40 personas, pero la mayoría se dedica al desarrollo de la tecnología. Somos una empresa descontracturada, pero tenemos ciertos procesos que dan orden. Cuando empecé, me hice cargo de las cosas operativas básicas, desde lo administrativo hasta el té y el café. Pero luego ya empecé a asumir otras responsabilidades, con entrevistas de trabajo, ordenar la incorporación de personas, la base de datos de currículums y luego con el tema de negociar contratos con clientes, ver nuevos proyectos y perspectivas. Por última instancia, empecé a representar a la empresa ante la Unión Industrial de Entre Ríos, el Polo Tecnológico, la Agencia Exportar, entre otras organizaciones. En síntesis, estoy a cargo de la operación, de la selección de personas, la relación con los clientes y las relaciones institucionales, más aún hoy que fundamos el Cluster de Tecnología.
—¿Cómo te definís?
—Soy una persona que busca dar valor a lo que hace. Quiero destacarme sumando valor a cualquier cosa que hago. Enfocarse en generar valor es clave para cualquier trabajador. Mi rol o carrera es más difusa. Para un politólogo, ¿qué es agregar valor? Yo te lo puedo decir, pero no es tan obvio para el común de la sociedad. Siempre me enfoqué en brindarle valor a quien es mi principal cliente, que es mi jefe. Esto mismo aplico en todos los lugares. Si soy miembro de la Unión Industrial, quiero agregarle valor a la entidad.
—Remarcaste el valor de poder exportar conocimiento desde Paraná hacia el mundo, ¿con quiénes se están relacionando?
—Ahora, estamos enfocados al ciento por ciento en Estados Unidos, básicamente por lo que es su potencial como importador de conocimiento. La mayoría de las startups o grandes empresas están ahí. Además, actualmente está con niveles de desempleo bajos, por lo que está demandando más valor agregado y conocimiento. También nos favorece el huso horario. Tenemos cuatro o cinco horas con la costa oeste de Estados Unidos, donde está el mayor potencial. También César tiene la mayoría de sus contactos de ese país. Pero cerca también está Canadá, donde tienen potencial de crecimiento. De todos modos, nuestros clientes están en todos lados.
—¿Cuál es el diferencial de Argeniss para imponerse por sobre la competencia?
—Creo que es la confianza y la idoneidad que ha generado César en 15 años de carrera. Es una persona muy seria, responsable, que no va a hacer cosas por cortoplacismo. Tiene una mirada de mediano y largo plazo, lo cual nos ha permitido construir una relación con nuestros clientes. Además, la confianza en la entrega del trabajo es una marca. Nosotros no tenemos departamento de ventas pero crecimos un 60% en los últimos dos años. Si saliéramos a vender, nos explotaría la empresa. Son nuestros propios clientes los que nos van recomendando. Esa confianza que se generó es importante. Por eso, cuidamos mucho a la gente que entra.
—El recurso humano es lo más importante en estas empresas.
—Claramente. Nuestro cliente más importante es el interno. El 60 o 70% del tiempo lo dedico al cliente interno. El externo es muy importante, por supuesto, pero generalmente los proyectos son cortos. Tener un cliente de largo plazo, te da una confianza que se construye, con perspectiva, con seguridad. De todos modos, hay muchos clientes afuera que demandan este tipo de servicios. El gran logro de la empresa es retener los recursos. Tenemos un turnover muy bajo.
—¿Qué particularidad tiene la industria del software para enfrentar los momentos de crisis?
—Primero hay que separar el desarrollo de software de la producción de tecnología. Alguien que desarrolla tecnología la tiene más difícil. Para el que desarrolla software, habría que separar el que exporta del que no lo hace. El que exporta la tiene más fácil, porque hoy Estados Unidos está pasando por un momento genial. El que exporta a Estados Unidos está más blindado que el que no exporta o lo hace a Brasil. Pero el que no exporta, pero trabaja con entidades públicas en Argentina, seguramente la está pasando peor. De todos modos, exportar requiere que tengas personas que rompan las barreras lingüísticas. Hemos calculado que el mismo conocimiento de dos personas, una que habla inglés y otra que no, vale el 50% menos. El valor monetario es tan simple como eso. Poder romper la barrera idiomática te abre infinitas puertas y oportunidades. También sucede que en momentos de crisis la gente se acuerda de ser más eficiente, y generalmente la solución de una ineficiencia viene de la mano de una solución tecnológica. Ahí se ven beneficiadas las empresas de software.
—En este contexto que vive el país, ¿qué desafíos tiene la empresa y la industria en general?
—A corto plazo no tenemos grandes desafíos, porque todo es bastante estable. Nuestros clientes seguirán creciendo y seguramente surgirán nuevos. Al poder exportar estamos bastante blindados de la coyuntura económica, aunque no somos totalmente ajenos a una situación local. Pero a mediano plazo sí vemos grandes desafíos, de los cuales cada vez que podemos remarcarlos, lo hacemos. En parte, por eso se concretó la fundación del Cluster. Entendemos que a mediano plazo hay desafíos que no se están atendiendo, como la generación de tecnología para ser más eficientes a través de sistemas. Si todas las empresas no adoptan criterios de eficiencia a través de la tecnología, es probable que se extingan. Por lo tanto, que se frene el desarrollo de software, va a frenar a todas las industrias. Somos como la electricidad: nadie va a prescindir hoy del mail o un smartphone. Sea como sea, la tecnología es algo que uno debe adoptar. Un gran desafío que vemos es que se genere y surja mayor cantidad de recursos que puedan brindar este tipo de conocimientos, lo cual implica un trabajo con las universidades y que el Estado empiece a tomar real conciencia. La competencia por los talentos y recursos es a nivel mundial. De no generar más recursos que den valor agregado, habrá un freno a nuestra industria. Por otro lado, está el desafío de la conectividad en nuestro país. Tenemos de las peores de la región, es inconcebible. Eso también es un freno. Hay muchas empresas en el interior de la provincia que quieren dar valor agregado y se van a ver frenadas por los problemas de conectividad. No es estable, no es confiable y nos hace perder credibilidad con nuestros clientes. Estamos en una situación de vulnerabilidad muy grande y, a la vez, preocupados por la concentración de las empresas que brindan ese servicio. Esos dos desafíos son un claro freno, que nos va a pegar a nosotros y a todas las industrias. Hay que tomar realmente conciencia de lo que es en el presente y lo que será en el futuro.
Garciandia: el motor de la curiosidad, la capacitación y el empeño
La formación y la mirada de un empresario de vasta trayectoria que hoy integra el directorio de Saint Gobain Argentina, una firma trasnacional con 350 años de historia. De qué modo la curiosidad y la fascinación juegan papeles centrales en el desarrollo de un hombre determinado a conseguir sus propósitos. Esta es la historia de Leandro Garciandia.
La curiosidad es un asunto serio. Abre puertas, inaugura caminos, empuja a la acción. Y, muchas veces, se siente antes en el cuerpo, mucho antes de que tome forma de pensamiento. O de una idea.
Leandro Garciandia pasaba muchas horas en una imprenta cuando era niño. La imprenta de su abuelo, en Venado Tuerto. Su padre era comerciante y viajaba seguido para hacer sus ventas -especialmente, en el rubro indumentaria-, mientras su esposa cuidaba de los tres hijos varones.
El recuerdo de la imprenta viene, todavía, con el olor potente de la tinta y la imagen de máquinas enormes que podían entrañar desde posters de remates hasta estampitas de comunión. El interior de esas máquinas, el enigma de su funcionamiento, es algo así como el punto de partida. El germen de la curiosidad.
Leandro Garciandia, ya de niño, ayudaba en los asuntos de imprimir. Armaba la linotipo, disponía las letras, limpiaba los pliegues. Se concentraba en el proceso y mientras rugían las máquinas, sentía que estaba justo donde quería estar, suspendido entre el ruido de los motores.
Una mudanza a Paraná, por razones laborales, lo alejaron de la imprenta del abuelo a la que volvía cada verano para sumergirse en el olor, el ruido y la fuerza de ese proceso de hacer que de algún modo le iba a ir señalando el camino y sus elecciones. Por curiosidad.
“Todos los veranos, llegaba a Venado para las fiestas y laburaba en la imprenta de mi abuelo durante los tres meses, me gustaba estar engrasado, el olor de la tinta, el ruido. Llegábamos a las tres, prendíamos las máquinas y eso ya me ponía bien”, recuerda.
Hizo la primaria en la Escuela Bavio y se embebió del espíritu y las identificaciones de la zona, tanto que junto con sus hermanos formaron fila en las categorías inferiores de Recreativo para competir en básquet. También pasó mucho tiempo jugando a la pelota y se fue amoldando a una ciudad que le parecía diferente y con algunas carencias muy visibles respecto a cierta prosperidad que se respiraba allá en Venado.
En la secundaria de la Escuela Normal se hizo buena parte de los amigos con los que aún hoy comparte porciones de la vida. La parte que no está dominada por la pasión de la tarea empresarial y el resguardo del hogar que formó junto a su esposa Mariela Gainza y en el que crecieron sus dos hijos: Matías y Tomás.
La curiosidad por las máquinas, la fascinación por el funcionamiento de motores. El ruido. Todo ayudó para llegar a la conclusión de que la carrera indicada era ingeniería mecánica. Garciandia empezó su camino en Santa Fe y después en Rosario. Cuando promediaba tercer año, miró alrededor y se dio cuenta de que la mayoría, además de estudiar, estaba trabajando y la pareció que era lo que debía hacer.
El primer empleo fue en una estación de servicio en calle Provincias Unidas, en Rosario. Al poco tiempo, sin embargo, pudo ingresar a la siderúrgica Somisa, en San Nicolás. Sobrevinieron tres años de un esfuerzo enorme. “Me levantaba antes de las 5, tomaba el colectivo y 6 y20 llegaba a la fábrica para volver a Rosario un poco antes de las 7 de la tarde y seguir el cursado de la carrera”.
Recién recibido, optó por dejar el empleo y hacer un primer recorrido con curriculum en mano. No hizo falta mucha paciencia, entregó tres CV y lo llamaron de dos empresas. Una de ellas, es la que lidera hoy relación al negocio del yeso.
EL CAMINO.
Garciandia comenzó como responsable de oficina técnica, luego fue encargado de producción y posteriormente gerente de planta. En el camino comenzó a vislumbrar que había otros factores importantes a tener en cuenta más allá de los conocimientos técnicos. Que no alcanzaba con eso, que era necesario investigar otras cosas y que entre el blanco y el negro que señalaba su formación académica, había en rigor un montón de tonalidades que era imprescindible aprender a distinguir.
En esa sintonía y en esa búsqueda, hizo un master en dirección de empresas. Las teorías del marketing, por caso, que antes le habían parecido superfluas, se daba cuenta, tenían un valor innegable en lo concreto. Había que conocerlas.
Como Gerente Comercial de IGGAM fue dando dimensión a la necesidad de tener una mirada amplia, atenta y positiva. La crisis de 2001 llevó a la empresa a una situación de zozobra. El escenario era tremendamente desalentador, sin embargo Garciandia siguió apostando a sostener el barco a flote y hasta echo manos a ahorros personales para que la empresa pudiera seguir produciendo frente a determinados cuellos de botella.
Hay un ejemplo que se observa muy claro aquí: “La empresa no fabricaba adhesivos para cerámicos y empezamos a hacerlos en 2002. Pero no vendíamos una bolsa, era terrible. Esa iniciativa, sin embargo, en ese momento, nos permitió tres años después ganar más del 25% del mercado nacional con ese producto. Habiendo demanda, todo el trabajo que parecía inútil sirvió y crecimos enormemente”.
En 2006 la empresa fue adquirida por Saint Gobain y Garciandia se disponía a seguir su camino por otra parte. Desde la firma tenían otros planes y apostaron por sumarlo en la nueva etapa.
Hoy Leandro Garciandia integra el directorio de Saint Gobain Argentina y es responsable directo del negocio del yeso.
“Me parece importante adaptarse a los cambios y tener una actitud positiva, aunque parezca que todo sea cae o se desvaneces”, remarca y avanza en conceptos que cree determinantes en la acción empresarial: “La actitud positiva y claramente profesional es fundamental, hacer cosas que podés medir, cuantificar, reprogramar, planear de nuevo. No solo hace falta músculo, sino también neurona. Y es clave tener una visión general. Claramente te van pasando cosas en la vida, te van marcando y en ese afán de evolucionar tenés que estar abierto y capacitarte”.
EN FAMILIA.
La vida familiar, salidas de pesca, asado con los amigos de toda la vida. A los 52 años, Garciandia sabe muy bien donde se encuentra la tranquilidad y el sosiego más allá de la intensidad que demanda los negocios. Hay, de ese lado, también y compartido por todos en casa, un afán que tiene origen en la infancia: el asunto con los motores. Y los autos.
“Todos en casa tenemos ese hobby. Con mis hijos hacemos Track day y mi esposa hacer carreras de regularidad. Es algo que nos gusta a todos”.
Track Day (Día de Pista), según las páginas especializadas, “es una manera de probar la velocidad, capacidad y habilidad de su auto y de Ud. mismo en un lugar idóneo, seguro y controlado, un Autódromo, lejos del tránsito peligroso y de los caminos en mal estado”. Se trata, dicen, de “un evento amigable, no competitivo, con el énfasis puesto en la adrenalina y la diversión pero siempre con la seguridad como nuestra prioridad”.
Garciandia y sus hijos lo practican siempre que se da la oportunidad tanto en Paraná como en otras ciudades cercanas. Se trata de sentir esa pasión que viene desde la niñez y tiene que ver con el modo de funcionar de las máquinas y su comprensión. También hay algo tal vez más profundo y difícil de explicar: la sensación que provoca el sonido de los motores.
La mirada del empresario que se anticipa a lo que vendrá
Es uno de los hackers profesionales más importantes del mundo. Es de Paraná. Su empresa Argeniss –socia de la Unión Industrial de Entre Ríos- ha desarrollado software para Vimeo, IBM y hasta la Nasa. Es, además, gerente de una compañía norteamericana y ya presentó un informe sobre los peligros que encierra la evolución de los robots.
Si los lugares ofrecen algunos datos sobre sus habitantes más frecuente, en este caso el orden, el silencio y la luz menguada de la oficina de César Cerrudo podrían revelar que el experto anula la mayoría de las distracciones que puede tener un espacio de trabajo, llámese radio, TV, luces estridentes. Su oficina está dominada por un amplio escritorio y presidido por su herramienta principal: la computadora. También hay estantes y libros de todo tipo, que van desde su interés por el marketing y los negocios, hasta la logosofía.
Cerrudo pasa unas seis horas en la oficina de su casa. Desde ahí se conecta con el mundo, que por cierto lo distingue como un auténtico especialista. Uno de los mejores en realidad. Por lo menos cuatro veces al año ofrece conferencias en algún lugar del mundo. Puede ser Las Vegas, Saint Martin o Hong Kong. Vive en Paraná, en calle Vélez Sarfield y tiene su empresa a pocos metros de allí, por Mitre, pero su visión y su particular modo de detectar tanto fallas como posibilidades, le dio un juego de llaves del mundo. Los software creados por la empresa de Cesar Cerrudo han llegado a IBM, Vimeo y hasta a la NASA.
Él, su nombre, se conoce más allá del complejo universo de la industria del software y la tecnología desde que el New York Times dio a conocer una historia de gran impacto: Cerrudo había detectado fallas en la seguridad del sistema de control de tránsito en Manhattan. Demostró que desde su computadora podía poner a temblar toda la organización urbana de una de las ciudades más importantes del mundo. Señaló las fallas de un sistema, como quien proyecta de repente la vieja pesadilla de un colapso, tantas veces imaginada en pantalla grande. Él, por caso, podía dar luz verde a todos los semáforos.
Antes ya había detectado fallas, por ejemplo, en la seguridad de la base de datos de Microsoft, del mismo modo que hace poco se adelantó a un problema que, otra vez, nos lleva a la memoria cinematográfica: ¿quién no se acuerda de la trama de Terminator?
Cerrudo realizó un informe sobre los problemas de seguridad que asoman con una tendencia creciente e irreversible. En su escritorio tiene un robot de unos 60 centímetros, blanco y rojo, que le obedece, baila y conversa.
“No es común, todavía, ver robots en la casa de la gente o en los comercios, pero está creciendo todo lo que sea robots comerciales, para atención al público, venta, robots industriales, pero no ya como los conocidos hasta ahora, sino más inteligentes, que hacen distintas acciones e intercambian con las personas”.
Todavía son muy caros, dice Cerrudo, pero en dos o tres años el uso de robots va a estar extendido y ese avance tiene aparejado ciertos riesgos. “La parte de seguridad es muy importante, porque si son hackeados puede tener un impacto distinto que en la computadora, se puede hacer que lastimen a alguien”, explica. Más o menos como se cuenta en Terminator.
Cerrudo es hacker profesional y experto en seguridad, por eso resulta de los más lógico que frente al difundido ataque virtual de semanas anteriores haya resultado fuente de consulta. Sabe de qué se trata y se dedica a anticiparse a los problemas. En eso es muy preciso: es mejor pensar la seguridad desde un principio. Y es importante que la gente tome precauciones similares en la vida real que en la vida virtual: en la computadora, ejemplifica Cerrudo, también es conveniente no hablar con extraños, cerrar bien las puertas, conectar la alarma.
Más allá de las metáforas, es un especialista que sabe llevar a aspectos bien concretos un trabajo que le demandó años de investigación y estudio obsesivo. Cuando Cesar Cerrudo inició su camino no existía internet y el acceso a la computadora tampoco resultaba sencillo.
Desde la Bazán y Busto y sin PC
Hijo de un padre bancario y madre empleada en el Tribunal de Cuentas de la provincia, Cesar Cerrudo es el mayor de cuatro hermanos varones que crecieron por la zona de Monte Caseros y Casiano Calderón. También por el barrio fueron a la escuela. César hizo la primaria en la Pedro Giachino y secundaria entre Bazán y Bustos y el Instituto Juan XXIII. Se interesó por la electrónica y tuvo alguna experiencia en computadoras con una spectrum que llegó a su casa al filo de los 80´.
Sin embargo, a la hora de elegir carrera probó en Santa Fe con ingeniería química, aunque no duró mucho más de un año. La segunda opción fue estudiar analista superior en sistema. A los tres años se recibió de programador.
“Me gustó y cuando empecé no tenía computadora, recién al tercer año de facultad tuve mi computadora. Estudiaba y aprendía más de lo que me daban en la facultad. Me ponía aprender por mi cuenta y ya entonces me gustaba la parte de su seguridad, de hacking. No había internet y los libros eran viejos, resultaba difícil conseguir información actual”, recuerda.
La llegada de internet, el acceso a la red, cambió las cosas de modo definitivo: ya no había restricciones.
“Siempre tuve facilidades con la parte técnica, me gusta tener desafíos, resolver problemas”, dice César y suelta una definición a medida de un libro sobre hackers: “Una computadora te da poder, si la podes programar podes hacer de todo. La limitación es tu conocimiento”.
Dio clases de computación, comenzó a desarrollar programas, se dedicó a investigar y detectar fallas. Observó los problemas de seguridad de uno de los bancos de datos más grandes del mundo. Publicó sus trabajos y ganó renombre y prestigio en el ámbito de su especialidad. Todo eso, aún, con una computadora que no tenía la capacidad necesaria. Empresas de Estados Unidos lo contrataron para desarrollar servicios en seguridad, consultoría en seguridad y herramientas específicas.
Desde 2011 es gerente en tecnología de IO Active, una importante empresa de Estados Unidos, pero además encabeza su propia firma que, desde Paraná, desarrolla software y aplicaciones para móviles a distintos lugares del mundo.
Para dar un ejemplo concreto, explica César, “uno de nuestros clientes es Clow Cheker y recientemente vendió la mayoría de su empresa en 50 millones de dólares. Nosotros habremos hecho el 80% de ese software”.
En la actualidad Argeniss realiza una aplicación móvil para el Gobierno de Entre Ríos. Contempla noticias, cronograma de pagos, boletín oficial y transmisiones en vivo. “Es uno de los muy pocos proyectos que hemos hecho acá”, dice César.
La potencialidad de su empresa es tan amplia que no vislumbra un límite preciso. En realidad sucede en el negocio lo que Cerrudo explica, de modo muy claro, como un principio de un hacker profesional, de uno de los más importantes del mundo en este caso. “Una computadora te da poder, si la podes programar podes hacer de todo. La limitación es tu conocimiento”. Lo dice Cerrudo, desde su escritorio en penumbras, bien cerca de su familia, con ese modo de estar y mirar de quien atraviesa los minutos en un estado de atención permanente, tanto en dirección al sentido en que avanza el universo virtual, como hacia la búsqueda interior sobre el sentido de lo humano.
Hernán Fontana y el éxito que nace de la confianza
El origen fue un negocio de pueblo al costado de la ruta, hoy es una empresa de crecimiento permanente que ha logrado llegar con sus productos a todo el país. Cómo hizo JuliCroc para transformar aquel emprendimiento, de masitas dulces y saladas que consumía el pueblo de María Luisa, a producir más de 200 toneladas por mes de los snacks que se saborean en todo el país. Hernán Fontana, el principal responsable de la firma, realiza un recorrido por el tránsito de la empresa familiar y revela los secretos de un éxito que se funda en la confianza.
Hernán Fontana supervisa cada una de las áreas de la fábrica que lidera y hace ya diez años está instalada en el Parque Industrial de Crespo. Él y su familia, en realidad, vienen de otra parte. El origen es el campo, en la zona de Villa Fontana, pero los comienzos del emprendimiento familiar tiene lugar a la vera de la ruta 12, en María Luisa.
Hoy la empresa produce entre 200 y 250 toneladas al mes de productos JuliCroc, una marca de snacks de amplio alcance nacional y crecimiento formidable, que obliga a Hernán Fontana a una adaptación permanente de un negocio en proceso acelerado de desarrollo.
Una de las claves del éxito, considera el empresario, ha sido, desde siempre, la confianza. Especialmente la confianza de sus clientes, que saben que JuliCroc va a llegar con sus productos frescos y de calidad, a buen precio, en tiempo y forma. Siempre.
“Nuestra filosofía se basa en el cumplimiento y en estar siempre, así crecimos en provincias como Corrientes, Misiones, Chaco, Formosa, que no tienen tanta oferta y reciben la influencia de Rosario y Buenos Aires, con proveedores que los visitan cuando hay excedentes, pero sino, no van”, señala Fontana y explica que “el trabajo de muchos años, con regularidad y constancia, a pesar de paros o piquetes, entregando siempre la mercadería, nos dio la confianza de los clientes. Ahora, directamente nos dicen: producto que fabriques, traelo, porque saben que ofrecemos un negocio con garantía”.
El empresario ofrece la visión de su empresa, ahora, en el primer piso del área administrativa de la planta industrial. En este mismo momento, mientras Fontana analiza de qué modo la firma se fortaleció en épocas de crisis y tomó la ocasión para crecer, en alguna parte de la planta cuatro máquinas extrusoras funcionan de modo incesante para producir la amplísima gama de sancks, cada vez más diversificados, que llevan el sello JuliCroc. El comienzo fue con una sola máquina, de origen brasileño y a un costo de unos 80 mil dólares. Parecía imposible, pero la familia Fontana llegó a la extrusora a través de un crédito, con mucho esfuerzo.
“Ha habido de todo, crisis y bonanzas, pero más allá de los dolores de cabeza que nos provocaron en su momento, hay que decir que las crisis nos ofrecieron grandes oportunidades”, analiza Fontana y recuerda el modo en que la marca ganó clientes y terrenos, aceptando, con todas las dificultades del caso, los bonos federales que las marcas de otras provincias no podían recibir.
También JuliCroc se adelanta en época de vacas flacas, incluso en la actualidad, ofreciendo al público un producto de calidad, pero con notable diferencia de precio respecto a los gigantes del rubro.
“En momento de crisis y de baja de poder adquisitivo, nosotros estamos en un escalón de precios muy buenos en función de la calidad del producto. A la hora de restringir el consumo, en vez de comprar uno de 50 pesos y uno de 20, el cliente nos da la oportunidad de probar nuestro producto y así vamos sumando, peldaño a peldaño, con clientes que nos adoptan y perduran”, define el empresario.
Hernán Fontana tiene 50 años, una historia familiar de mucho sacrificio y tres hijos que van orientando sus inquietudes profesionales en dirección a la empresa familiar: Paola, de 25 años, ya avanza en la tesis de su carrera de ingeniería de alimentos; Franco, de 24, se recibió en Administración de Empresas y Celeste, de 19 comienza Relaciones Públicas.
“La empresa es algo que uno lo fue soñando y forjando durante toda la vida. Con mucha pasión y esfuerzo las cosas a la larga se van dando. Hoy puedo decir que el sacrificio de tantos años dio su fruto y estamos súper contentos porque en esto, en cierta forma, invertimos buena parte de nuestra juventud”, dice Hernán Fontana y piensa, claro, en sus hijos que no necesitarán recorrer el mismo trajín.
El esfuerzo y la constancia a la que refiere el empresario y en buena medida construyeron el perfil de la marca y la confianza con sus clientes, tiene una historia fundada en idénticos valores. El creador fue Pascual Fontana -padre de seis hijos- y el inicio fue en aquella panadería al borde de la ruta 12, en Aldea María Luisa. Ahí cerquita, además, estaba la casa familiar.
Hernán, como sus hermanos, comenzó a trabajar en el negocio con la misma naturalidad que un chico aprende a leer, sumar y restar. Ya tenían la experiencia de trabajar un campo de su familia, que con el desarrollo de la panadería fue quedando de lado. A las 2 de la mañana sus padres ya estaban arriba. Había que hornear el pan que había sido amasado la tarde anterior. Todo tenía que estar listo antes de las 5.30 para que los repartidores que viajaban a Paraná pudieran llevarse la mercadería. Los bizcochos y las facturas, también, se requerían, a punto justo, ni bien -como dice Hernán- comenzara a despertar la ruta pasadas las 6 de la mañana.
La fabricación de galletitas, dulces y saladas, fue el primer paso hacia lo que hoy es JuliCroc. La comercialización de los primeros productos comenzó a funcionar muy bien, pero justo a tiempo observaron que había otro rumbo posible: “Vimos que el snack era un producto que se fabricaba poco y se consumía mucho”, recuerda Fontana.
Ese fue el principio de la empresa que hoy emplea a unas 78 personas y que llega con sus snacks a todo el país y también con sus galletitas, decididamente volcadas al consumo para personas con celiaquía.
El sueño de los Fontana, que maduró a la vera de la ruta 12, hoy crece en el Parque Industrial de Crespo y su nombre se expande por el país, con la vitalidad y el entusiasmo que solo pueden lograr los proyectos creados desde la pasión por hacer.
Ricardo Guimarey, más allá de los negocios
Es el Presidente de Lafedar, un laboratorio entrerriano con alcance internacional que extiende sus posibilidades y sus fronteras día a día. Antes de dedicarse a la vida empresarial, Guimarey fue un arriesgado piloto de Turismo Nacional en las sierras cordobesas, visitador médico a los 17 y jefe zonal de una compañía prestigiosa poco después de alcanzar la mayoría de edad. Esta entrevista revela el otro lado del licenciado Guimarey: los viajes, los trayectos y los orígenes del hombre que encabeza una firma que representa a la provincia en el mundo.
Es una cuestión de ritmos. Cada persona marcha a la velocidad que le indica la comunión entre sus posibilidades y sus intenciones, entre sus capacidades y los requerimientos externos. Ricardo Guimarey, se nota, va rápido. Atiende diferentes asuntos a la vez con naturalidad y una actitud de presente intensidad. Está ahí, en eso, plenamente y también esta acá, en la conversación, algo más sereno, con un tono más bajo.
Buena parte de su día está dedicado al devenir de la empresa que formó hace ya casi 20 años. “Es una pasión”, dice y analiza que “en realidad te entretiene y cuando no podés resolver cosas te atormenta, son las dos cosas a la vez, pero es una pasión”, reafirma.
Guimarey es uno de los propietarios de Lafedar, Laboratorios Federales Argentinos. El nombre responde, explica, a una convicción: “Primero porque soy un absoluto federalista, por eso se llama así. Yo creo que la Argentina tiene que ser federal y tiene que crecer desde todos los rincones del país. La gente del interior es buena, sabia y se merece grandes cosas”, define.
Guimarey nació en Buenos Aires, pero hizo su vida lejos de la capital, en principio, en un pueblo serrano de Córdoba, casi al límite con San Luis, rodeado de poetas, guitarreros y corredores de autos.
“Nací en Buenos Aires pero me crié en Córdoba, en Villa Dolores, al oeste de la provincia, en una ciudad chica, muy linda y muy armónica también”.
Único hijo de un matrimonio dedicado al comercio, con negocios de artículos regionales, bazar y cristalería, Guimarey creció en un paisaje amable y sereno, donde se solían congregar los poetas en un tradicional encuentro nacional y donde era habitual y concordante el sonido de las guitarras en las noches frescas al pie de la Sierra Grande.
Había, sin embargo, otros caminos menos sosegados para experimentar, que también tenían que ver con la escenografía del lugar, aunque en un sentido diametralmente opuesto a la inspiración poética: la pasión por los fierros.
“Yo corría en auto, en la misma época con Jorge Recalde, entré porque éramos todos medio corredores de autos, algo muy arraigado en la zona. Yo lo hice en Turismo Nacional, era una categoría que se corría tipo rally, se hacía el Desafío de los Valientes, Carlos Paz-Mina Clavero, Capilla del Monte-San Marcos Sierra”, enumera.
Como automovilista, se define Guimarey, “era muy intrépido, arriesgado, mi familia no quería saber nada, muchas veces corría a escondidas de mi madre”. Hay muchas anécdotas y una consecuencia de ese pasado de vértigo y adrenalina. En una oportunidad, fue a correr al autódromo de Buenos Aires, era una prueba, un ensayo en circuito cerrado, un espacio poco habitual para un corredor de caminos. En esa pista nueva para él, el auto que conducía salió de cause, volcó y Guimarey fue despedido del coche sufriendo en el impacto una fractura en la columna.
Algunos meses de yeso y una escoliosis como huella, es el recuerdo más fuerte del suceso. También el discurso que debió llevar a casa, para no enojar a su madre. “Le tuve que decir que me había caído del colectivo”, rememora.
Por ese entonces, tras el fallecimiento de su padre, Ricardo Guimarey había comenzado a trabajar como visitador médico con 17 años recién cumplidos. Por desempeño y capacidad, rápidamente se ganó el puesto de jefe zonal y mientras seguía sus estudios de administración de empresas en la Universidad Católica de Córdoba, fue ascendiendo de modo sostenido en una firma de gran renombre nacional: Laboratorios Sintyal.
“Fui jefe de delegación, encargado de congresos, gerente zonal, gerente regional, gerente de interior, gerente de promoción y venta, jefe de licitaciones, hasta ocupar el cargo de director adscripto, ahí me desarrollé, aprendí todo, hasta que me quisieron trasladar a la primer sucursal de la compañía que era en Perú y al final decidí no ir”.
Las razones eran en primer lugar familiares, pero también empresariales. Guimarey tenía sus propios planes y estaban ligados a Entre Ríos donde había llegado como gerente regional de Sintyal, recalando primero en Concordia y luego en Paraná.
La idea de impulsar un laboratorio con sede en la capital entrerriana ya estaba en la hoja de ruta, incluso antes de que junto a su socia desarrollara una distribuidora de medicamentos que perduró durante 12 años abasteciendo a las provincia de Entre Ríos y también Corrientes y Misiones.
“Siempre tuve el anhelo de poner un laboratorio y cuando lo decidí primero lo invité al presidente de la compañía en la que yo trabajaba y ellos como respuesta me dieron un cargo más alto, la adscripción a la dirección y un Torino 76 en el año 77, acá había un solo Torino y era modelo 72”, recuerda.
Finalmente en el año 95, Guimarey funda Laboratorios Lafedar S.A., dejando atrás 29 años de trabajo ininterrumpido para Sintyal, desarrollando bajo el paraguas de ese sello marcas que fueron y son líderes como Ibupirac o Nopucid.
“Empezamos con medicamentos oficinales, hasta que nos aprueban los primeros cinco productos”, describe y especifica que en la actualidad y tras casi 20 años de trabajo “nuestro principal actividad está dada por licitaciones públicas nacionales e internacionales, otro negocio es la exportación y otro la explotación de nuestra marca por terceros, laboratorio a los que le damos la marca y el producto y ellos lo distribuyen”. Algunos de los laboratorios más importantes del mundo adquieren y distribuyen productos elaborados y desarrollados por Lafedar.
Pakistan, Vietnam, Marruecos, son algunos de los últimos destinos que han obtenidos los productos de Lafedar. Además se destaca del laboratorio entrerriano el trabajo con medicamentos que van a países con climas severos, procesados de un modo especial para tolerar durante más de 24 meses un ambiente de altísimas temperaturas. De ese modo se alcanzaron, entre otros, mercados como el de Venezuela, Costa Rica y República Dominicana.
Guimarey acelera una marcha cuando el tema vuelve a ser su empresa, se entusiasma, va más rápido, pero como la charla deriva en los viajes, en el modo de recorrer el mundo de un empresario, el ritmo vuelve a menguar.
“Sí he viajado muchísimo, conozco cuatro continentes, conozco África, Sudáfrica, India, China, Rusia, todo Latinoamérica, todo Centroamérica. Pero cada día me gusta menos porque las misiones son muy alocadas, la última vez hicimos en 11 días cuatro países o tres países en siete días”.
Guimarey, aunque no pueda, preferiría quedarse cerca, en casa, ahí en la zona del parque con una vista espléndida del río y en proximidad de su primer nieto, que está aprendiendo a disfrutar plenamente, cuando aminora la marcha.
Pablo Welschen y el ojo crítico de un dirigente sub 40
Es parte de la generación que comienza a marcar el ritmo de los negocios. Integra el departamento joven de la UIER y representa a Frigorífico La Esperanza. Pablo Welschen podría ser, por caso, un referente en la renovación dirigencial del empresariado y tiene, por característica central, una formación amplia con algunas particularidades que cincelan un perfil para detenerse a observar. Veamos.
Pablo proviene de una familia de fuerte actividad política. Daniel Welschen, su padre, fue diputado y senador provincial, secretario de la producción y referente del Partido Justicialista desde el regreso de la democracia en 1983. Hay muchos recuerdos de la infancia que tienen el tono grave de la discusión política, de arenga que busca convencer militancia. Y entre esas imágenes, también, hay salidas a pegar carteles, reuniones en casa y en unidades básicas.
Su hermano mayor, Facundo, es quien eligió seguir más cerca de la actividad política. Pablo en cambio recibió otra parte del legado paterno y se dedicó a los emprendimientos vinculados a la producción.Con esa visión, luego de concluir la secundaria en la Escuela de Comercio Nº1, se anotó para estudiar Comercio Exterior en la Universidad de Concepción del Uruguay, pero en el centro regional de Gualeguaychú. Además de hacer la carrera al día y completar efectivamente los estudios, durante su estadía en el sur entrerriano Pablo jugó al básquet en Central y vivió la experiencia del carnaval del país desde adentro: se animó a salir tres noches seguidas bailando en Papelitos. “La adrenalina que se siente al vivir la fiesta desde adentro es increíble, lo hice en el 99, casi como despedida de Gualegaychú”, dice Pablo.
El primer trabajo formal se dio en la Secretaría de Agricultura de la Nación, en Buenos Aires y posteriormente en la Fundación Exportar. “A nivel laboral fue la mejor experiencia que pude haber hecho por el lugar donde estuve trabajando, es un organismo muy dinámico, las personas se comprometen y generan cosas que se pueden llevar a cabo. En mi caso pude desarrollar un área nueva de misiones comerciales inversas”, detalla.
Las misiones comerciales inversas funcionaban invitando al país potenciales compradores de diferentes rubros de negocios, pero vinculados a alimentos. Welschen organizaba desde la recepción de los visitantes, hasta cada uno de sus recorridos y la posibilidad de coordinar encuentros hasta con 100 empresas, por caso. La idea funcionó, logró resultados y gran impacto. De todos modos, tras el nacimiento de su primer hijo, Pablo optó por volver a Paraná. “Fue una opción de vida, me di cuenta que no quería esa vida que veía en Buenos Aires para mi hijo”, expresa.
UN EXITO.
La posibilidad de gerenciar una empresa que iba a dar sus primeros pasos, luego de la compra por parte de siete de inversores del Frigorífico Montiel, completó la nueva escena de regreso a casa. Pablo Welschen puso entonces manos a la obra y el resultado, con el tiempo, quedó expuesto de forma contundente: un éxito rotundo.
“El negocio del cerdo surgió porque algunos de los socios eran productores y querían desarrollar un eslabón más en la cadena productiva. Ese fue el puntapié inicial. En el 2006 y 2007 se produce una caída bastante importante del negocio del frigorífico vacuno y el cerdo empezó a tener una importancia grande en el consumo interno”, especifica Welschen.
El frigorífico avanzó entonces en una troceadora de cerdo, lo que generó, dice Pablo, una logística comercial diferente y un portafolios de clientes mucho más amplio. Pero había que dar otro paso, pensó el gerente.
“Luego de poner en marcha eso, teníamos dos opciones: darle valor a través de la elaboración de chacinados o desarrollar algún comercio minorista. Tomando el ejemplo del mercado avícola me pareció que el negocio del cerdo iba por el mismo camino: en el sentido de que era necesario armar negocios exclusivos para la venta de cerdo porque en la carnicería ocupaban un lugar muy pequeño”. Así, Pablo Welschen pensó y desarrolló la primera versión de La Casa del Cerdo.
En 2011 la firma abrió su primer local. “Pensaba que podía trabajarlo una sola persona, pero el mismo día que abrimos me tuve que quedar yo, con un amigo que llamé, porque colapsó por la cantidad de gente”, recuerda. A los seis meses ya se abría el segundo negocio y al año inauguró otro más. Hoy es una marca reconocida en Paraná con por lo menos seis bocas de expendio.
“Me manejé con autonomía, como comunidad de negocio fue muy exitoso y permitió que la empresa crezca”, analiza Pablo que en 2014 sintió que ya estaba hecho lo que él debía hacer: en diez años una empresa que había arrancado de cero era el principal frigorífico de cerdo en Entre Ríos, con el 70% de faena de cerdo y una cadena de negocios desarrollada.
PRESENTE.
Tuvo distintos ofrecimientos y una experiencia gerencial que resolvió declinar apenas había comenzado por diferencias con los dueños. Finalmente se sumó a Frigorífico La Esperanza. Una empresa familiar dedicada a negocios ganaderos de carne vacuna, que con la incorporación de Pablo empezó a desarrollar un proyecto sólido en carne de cerdo.
“Vamos bien, a paso firme, es una empresa familiar que está hace mucho años y maneja valores en los que creo, con gente muy bien vista en el negocio”, dice Pablo. En su óptica, la observación de un profesional ajeno al entramado familiar de una firma de esas características -que por otra parte son mayoría en la provincia- “aporta una mirada distinta, que no significa que no tengas la misma pertenencia, en mi caso yo me comprometo y sufro del mismo modo que ellos, pero hay una mirada distinta, un poco más objetiva, uno puede separar la parte comercial de la parte personal”.
De su tarea gerencial, lo que Welschen elige y disfruta es la “libertad para proponer cosas y para implementarlas, me gusta que tengo un trabajo muy integral, la experiencia de haber formado una empresa de cero me ayudó a conocer todos los ámbitos, desde los laboral, lo humano, hasta lo comercial que es lo que más me gusta, o mantenimiento e inversiones, es bastante integral mi tarea y creo que es mi fortaleza”.
MIRADA.
Pablo Welschen tiene hoy 39 años y tres hijos: Nico de 12, Mica de 10 y Benja de 2 años y medio. Su padre, Daniel Welschen ya no está en política y él cree que eso tiene que ver con el modo en que ha evolucionando la actividad, despojándose de valores vitales que tienen que ver con la vocación y el sentido de pertenencia. No descarta, de todos modos, involucrarse e incidir con su experiencia en la gestión. Lo puede ver.
En otro orden, lo que observa Welschen con ojo crítico se ve en distintos sectores. Por ejemplo a nivel empresarial: “Sinceramente creo que existe un déficit en puestos medios dentro de las empresas, un déficit general, genuino, de recursos humanos, lo cual tarea aparejas que empresas grandes recurran a personas de otra provincia y empresas medianas no puedan crecer”. En ese sentido, explica, “hay falta de capacitación en las empresas familiares en los rangos medios, no sé si es déficit o falta de delegación por parte de los dueños hacia sus mandos medios, creo que un poco de las dos cosas”.
La situación desde la gestión por parte del Estado, para Welschen, sufre de un problema similar aunque más agudo por cierto. “Cuando mi viejo era funcionario en el primer gobierno de (Jorge) Busti, todos los directores del área eran profesionales, hoy en día hay personas por una cuestión política y no por una razón de capacidad y ganas de generar cosas”.
Pablo tuvo experiencia en el estado y con ese respaldo opina “estando adentro se puede hacer un montón de cosas, en el estado tenés libertad de acción para generar todos los proyectos que quieras, nadie te va a oponer, pero hay que hacer”.
En ese sentido y atento a la historia familiar, Pablo admite que piensa, llegado el caso y la ocasión propicia, llevar sus ganas a la práctica: “Es una espina que tengo clavada que soy consciente que en el estado hace falta mucha gestión y es algo que me gusta hacer y creo que en algún momento lo voy a realizar. No creo que los gobernantes tengan que tener solo funcionarios políticos”.